“y sintió la alegría del olvido
y al andar descubrió la maravilla
del sonido de sus propios pasos
en la gravilla.”
y al andar descubrió la maravilla
del sonido de sus propios pasos
en la gravilla.”
Radio Futura. El canto del gallo
Pulso
La
última grabación musical que hice en radiocasete data del año 2000. Todo se
aceleró desde poco antes de esa fecha y ahora en ocasiones apenas reconozco el
mundo. No soy un nativo digital, no puedo serlo, y siempre me delatará el
acento de una lengua aprendida, a marchas forzadas, casi sin darme cuenta, casi
de forma impuesta.
Ahora,
salgo a la calle con un bolso, una bandolera o una riñonera, las lleno de cosas
que no necesitaré y noto su peso al caminar. Desde el móvil a una botella de
agua, una cartera con demasiadas tarjetas inútiles, pañuelos de papel para un
regimiento y todo el “por si acaso” que quepa dentro. ¿Cómo diablos metía antes
esto en los bolsillos? La respuesta se adivina. Si alguien me hubiera dicho
hace 20 años que portaría siempre conmigo un ordenador del tamaño de un
minúsculo teléfono, lo habría tildado de loco. ¿Para qué?, le hubiese
preguntado.
El miedo se ha colado en nuestras vidas: necesitar algo y no tenerlo ya, y
sobre todo el vértigo de estar desconectados, de sentir el vacío, no saber
manejar el tedio, los espacios en blanco. Yo mismo siento a veces una ansiedad
difusa; no sé qué hacer con las manos.
Ahora
que desconocemos la espera, todo está a un clic de distancia. La relación con
el otro también se ha simplificado; nos sentimos acompañados por el extraño calor de cientos de perfiles virtuales, pero cuando el silencio nos alcanza (y
siempre lo acaba haciendo) el eco solo nos entrega nuestra voz y la pavorosa
nada.
Todos
estos cambios llevan en sí cosas valiosas, por supuesto que sí (¿Cómo iba yo a
negarlo?): la cercanía con algunos es real, la información vuela libre y al
alcance. Pero qué fácil ser engullido por la fantasmagoría del entramado, por
todas sus promesas. En fin, como se ve por el extracto que encabeza esta
reflexión compartida, soy un dinosaurio; y hoy he corrido el riesgo de salir a
dar un paseo sin itinerario. He dejado el bolso en casa y no cargo en los
bolsillos más que un par de monedas. Confieso que al principio me ha acompañado
un desasosiego, un sentirse desnudo, pero al poco el cristal de la Vida se ha
ido desempañando, ofreciéndome su pulso, entre el gozoso olvido de mí mismo, la
respiración pausada y el crepitar de unos pasos sin rumbo.
David
Sánchez-Valverde Montero
Fotografía:
Iñaki Mendivi Armendáriz
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