martes, 28 de enero de 2020

Infraleve




Infraleve

Marcel Duchamp, el artista francés que abandonó su obra para dedicarse a jugar al ajedrez, denominó infraleve a un compendio abierto de fenómenos que por fugaces y sutiles suelen pasar inadvertidos. Acontecimientos que siempre nos acompañan, que vertebran el mundo con su humilde pulsación, que tal vez lo salven cada día; pero no se depositan, simplemente suceden y pasan.

Para el paseante avezado que transita las calles en pos de un instante intercalado en el tiempo, puede ser el momento previo a que una paloma eche a volar, el filo de la luz hendiendo la niebla, las huellas de un desconocido sobre el barro, el vapor que una boca libera en medio del frío. Y también para el que vive, para cualquiera que se detenga y sienta: los copos de nieve, su descenso musical, la señal tibia de un cuerpo que el amor ha dejado en tu cama, el instante que antecede al final de un beso, justo cuando los labios se separan, el efímero remolino de hojas y de inmundicias con los que el viento juguetea, tu ansiedad al colarte en el último momento por la puerta que ya se cierra en el bus, el eco de una caricia entre el cabello que no puedes retener, su descarga de placer que se atenúa, la intermitencia del semáforo a través de un cristal mojado, el calor que te acoge al cruzar el umbral del hogar, los pasos atenuados de tu hijo en el pasillo, la templada cercanía de un perro que duerme…

 Todas esas cosas, que nos siguen, nos rodean, nos sostienen.   

David Sánchez-Valverde Montero
Fotografía: Iñaki Mendivi Armendáriz

jueves, 23 de enero de 2020

A los ojos


A los ojos

Evitaba ella mirarme a los ojos
más allá de un breve suspiro;
pero a veces lo hacía y entonces,
asomaba un dulce candor en su piel.

No era yo tímido en demasía,
pero aquel poder suyo, irresistible,
conseguía de igual manera arrastrarme
a un ensueño,
espacio de remilgos y de gozo.


David Sánchez-Valverde Montero (del poemario "Mi primavera contra el mundo")
Imagen: Iñaki Mendivi Armendáriz

martes, 21 de enero de 2020

El amor




El amor

Pues ya lo intentaron Lope y Quevedo,
atrapar al amor en un soneto;
no aspiro ahora a tanto, lo prometo,
y suelto este cuarteto no sin miedo.

Lope, que es dar el alma a un desengaño.
Quevedo, hielo abrasador, helado fuego.
¿Y qué diré yo de ese sabroso daño,
el impulso imparable, insano juego?

Que no puedo, no, parece imposible
hacerlo definir, concepto asible,
y antes que escribir este mal remedo,
sueño el arte de Lope y de Quevedo.


David Sánchez-Valverde Montero
Fotografía: Iñaki Mendivi Armendáriz 

  

lunes, 13 de enero de 2020

Colapso



Colapso

     

    En esta época de brumas que no se disipan; bajo esta lluvia tenaz de reclamos, desinformación y angustia, el miedo ubicuo y sin forma, este presentir un derrumbe impreciso, la carga de legar un mundo exhausto a los hijos, mil veces vendido, mil veces comprado, en el que los paisajes de mi infancia han huido.

Si no fuese yo capaz de encontrar verdad y belleza todavía, luz, camino, sentido: en los interludios, los márgenes, en las grietas del silencio, en los ojos de esa gente y sus manos que en la lucha se entrelazan…

Si no pudiera, si no hallase la manera, estaría no solo agotado, también estaría vencido. 

        

David Sánchez-Valverde Montero
Imagen: Iñaki Mendivi Armendáriz

jueves, 9 de enero de 2020

Orfeo y Eurídice




Dioses, héroes y ambrosía

V. Orfeo y Eurídice (No mires atrás)

            El Destino alcanzó a la náyade Eurídice en forma de víbora oculta en la maleza. Nada pudieron hacer las ninfas que la acompañaban contra el ponzoñoso mordisco; tan solo acogerla en sus brazos mientras se le escapaba la vida.

            El cantor Orfeo, hijo del rey de Tracia y de la musa Calíope, al que el mismísimo Apolo regaló una lira formidable, cayó presa de tal desamparo ante la muerte de su esposa, que los tañidos de su instrumento, antaño néctar para la naturaleza toda, se tornó arrasado llanto, puro dolor de música herida.

            Una decisión has tomado Orfeo, desesperada y valiente pues no te resta nada que perder: descenderás al Inframundo para implorar ante el trono de sus soberanos, Hades y Perséfone. Y así es como tras atravesar las puertas del Infierno que hay en el Ténaro, te hayas ahora muy cerca ya de tu meta, entre vapores de muerte y olvido, sombras que un día caminaron sobre la tierra, miradas ocultas, una senda sinuosa hecha de lastimosos ecos.

            Los soberanos del Infierno te observan ya. Pálidos y pétreos, estatuas fuera del tiempo. Comienzas a cantar al son de las cuerdas: ¡Oh reyes del Hades!, recomponed, os lo suplico, el hilo que a Eurídice sostenía en vida. ¡No sé vivir sin ella! Y si hacer esto no os complace, acoged entonces mi alma ahora. ¡No regresaré sin Eurídice!

            Algo se ha parado en el aire, si es que es aire lo que aquí se respira. Las llamadas de dolor han sido silenciadas. Hades nada dice pero asiente levemente, y Perséfone, con un gesto de la mano, llama a su presencia a la sombra de la náyade muerta. Entonces, con paso invisible, en una levitación hecha de niebla, Eurídice aparece. Orfeo se siente revivir, espera en una dicha incierta, se estremece. Puede acompañarte, dice adusta la Reina de los muertos. Pero recuerda: si le diriges la mirada antes de cruzar las puertas del Inframundo, el favor te será retirado y no habrá piedad, tenlo por seguro.

            Por el tenebroso sendero ascendéis ya, pero una angustia insoportable te va dominando, Orfeo, pues la mano de Eurídice entre tus dedos aún no la sientes, ni tampoco escuchas su aliento o el rumor de sus pasos; todo tras de ti, desdichado, es vacío silente. ¿Y cómo poder domeñar tanta ansia, tanto amor, Orfeo? En ese instante te giras, y tus ojos encuentran los de tu amada, que ya se hunde en las sombras de nuevo, dejando una estela de tristeza infinita en su mirada que huye, las palabras ¡Adiós!, ¡adiós! en un eco que cae, se precipita, se diluye.

            Caronte ni siquiera se dignará mirarte, Orfeo, aunque llores por días, aunque supliques y ayunes; no volverá a pasarte el barquero a la otra orilla del Estigia. Sabes que no hallarás alegría en lo que te queda de vida, y andarás solo por las montañas hasta que a ti también te alcance la muerte.

Pero entonces sí, fatigado cantor, encontrarás por fin y para siempre el amor de Eurídice.


David Sánchez-Valverde Montero
Imagen: Iñaki Mendivi Armendáriz

Bibliografía principal: "Las más bellas leyendas de la Antigüedad clásica" (G. Schwab), "El libro de la mitología clásica" (A. Erro)

sábado, 4 de enero de 2020

Amnesia


Amnesia

La fantasía recurrente,
esa leve ensoñación:
imaginarse despertando en cualquier lugar,
recordando solo el propio nombre,
si acaso también la edad, poco más.

Todo lo demás,
hundido en un pozo de amnesia,
una sima de oscuridad neblinosa,
de benévolo olvido.

Y así,
verse impelido a caminar sin pasado,
sin peso,
sin remordimientos,
sin culpa…
Al fin.

David Sánchez-Valverde Montero (del poemario Mi primavera contra el mundo)
Imagen: Iñaki Mendivi Armendáriz 

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