Pasadas las 20 horas
Salíamos la médica y un servidor de una visita domiciliaria. Los aplausos de todos los días
hacía un rato que habrían cesado, pero justo al atravesar el portal hacia la
calle parte del barrio rompió a aplaudir de nuevo, pues por lo visto nos
estaban esperando al ver el coche de Urgencias estacionado.
Me pareció una deliciosa lluvia fina, y aunque el pudor
solo me permitió un leve gesto de gratitud antes de regresar al vehículo,
confieso que me emocioné. Por supuesto, esos aplausos caídos de las alturas no
mojaban solo mi piel; su eco alcanzaba a mucha más gente: confinamientos
heroicos, desesperados, soledades de plomo, insoportables, los viejos y los
niños castigados, cajeras exhaustas, repartidores molidos, insomnes
camioneros, toda esa gente de la limpieza, olvidada, coches de policía, estelas
azuladas… y muchas más sombras que mi ignorancia no nombra y se afanan tras el
escenario, evitando el derrumbe, enfrentando el colapso.
Fue maravilloso.
David Sánchez-Valverde Montero
Imagen: Iñaki Mendivi Armendáriz
No hay comentarios:
Publicar un comentario