EROS
El pequeño dios tensó el arco:
alegre con sus ojos vendados
esperó con paciencia,
cambió de posición, varió el ángulo;
pero sus dedos no titubearon.
Aquellos dos corazones animaban dos cuerpos
que danzaban,
para alejarse brevemente y volverse
a encontrar.
En un instante eterno la flecha arrancó,
voraz, implacable.
Hendió los pechos de ambos en el mismo lance.
Sus miradas se encontraron entonces:
eran fuego y zozobra,
ansia, sed,
vértigo y condena.
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