Zozobra
(Esbozo de un imposible)
El bus urbano que me devuelve a casa tras el trabajo se
detiene, y seguidamente bufa como un animal de carga. Fuera hace tanto calor
que el aire parece haberse coagulado: a través del cristal las gentes en la
parada apenas se mueven, alguno de ellos se levanta pesadamente para entrar en
el vehículo, otros salen del autobús, también con lentitud, casi incandescentes
nada más posarse sobre el asfalto. Todo vuelve a su quietud; la pausa se
prolongará un poco más pues el conductor parece esperar al relevo.
La descubro entonces, en el margen derecho de mi mirada
somnolienta: casi de perfil, sentada en un banco cercano a la marquesina.
Parece esperar, o tal vez deja pasar el tiempo; ignorando el calor, los pasos
de los viandantes que ocultan su silueta por un momento, indiferente también a
mis rutinas, a mis ojos que intentan sostener el instante que ella habita. No
se muestra, no se mueve apenas, no alcanzo a ver el resto de su anatomía pues
mi asiento está alejado del cristal y no me parece oportuno asomarme como una
bestia sedienta. Así que habrá de bastar. Si tan solo se ladease un poco:
apenas el resto de sus labios, tal vez una mirada esquiva, algo, algo más que
ese perfil ideal y las míseras transparencias que serpentean en su pamela.
¿En qué estará pensando su alma de mujer? ¿Qué habrán visto
esos ojos? ¿Cómo será un periplo por su piel? Una extraña zozobra me invade a
medias entre el placer y el dolor: la posibilidad de un horizonte y por el
contrario mis pies encadenados, mis alas rotas. Aquí dentro de este autobús,
sin coraje para equivocarme, correr el riesgo de un salto impreciso y una nueva
derrota.
Un hombre aparece y se sienta junto a ella: algo sin nombre
colapsa, se extingue dentro de mí. Tampoco ahora me ofrece su rostro, pues se
funden ambos en un beso largo y profundo. La cara del amante sí me alcanza; y
aunque por un instante lo creo posible, no soy yo. Recuerdo haber besado así.
Hace mucho tiempo…
El vehículo despierta y me arroja de nuevo a mi vida. Sé que
lo que acaba de morir una vez más en mi interior sí tiene nombre: es la alegría
de vivir. Pero al menos esta vez la soledad no será la única compañera que
regrese a casa junto a mí; pues unas ondas suaves, sutilísimas, recorren ya mis
sienes y revelan la belleza, la zozobra de sentirse vivo.
Texto: David Sánchez-Valverde
Montero (davidsanchezvalverdemontero.blogspot.com)
Argumento y fotografía: Iñaki Mendivi
Armendáriz.