martes, 6 de agosto de 2019

Zozobra



Zozobra (Esbozo de un imposible)

El bus urbano que me devuelve a casa tras el trabajo se detiene, y seguidamente bufa como un animal de carga. Fuera hace tanto calor que el aire parece haberse coagulado: a través del cristal las gentes en la parada apenas se mueven, alguno de ellos se levanta pesadamente para entrar en el vehículo, otros salen del autobús, también con lentitud, casi incandescentes nada más posarse sobre el asfalto. Todo vuelve a su quietud; la pausa se prolongará un poco más pues el conductor parece esperar al relevo.
La descubro entonces, en el margen derecho de mi mirada somnolienta: casi de perfil, sentada en un banco cercano a la marquesina. Parece esperar, o tal vez deja pasar el tiempo; ignorando el calor, los pasos de los viandantes que ocultan su silueta por un momento, indiferente también a mis rutinas, a mis ojos que intentan sostener el instante que ella habita. No se muestra, no se mueve apenas, no alcanzo a ver el resto de su anatomía pues mi asiento está alejado del cristal y no me parece oportuno asomarme como una bestia sedienta. Así que habrá de bastar. Si tan solo se ladease un poco: apenas el resto de sus labios, tal vez una mirada esquiva, algo, algo más que ese perfil ideal y las míseras transparencias que serpentean en su pamela.
¿En qué estará pensando su alma de mujer? ¿Qué habrán visto esos ojos? ¿Cómo será un periplo por su piel? Una extraña zozobra me invade a medias entre el placer y el dolor: la posibilidad de un horizonte y por el contrario mis pies encadenados, mis alas rotas. Aquí dentro de este autobús, sin coraje para equivocarme, correr el riesgo de un salto impreciso y una nueva derrota.
Un hombre aparece y se sienta junto a ella: algo sin nombre colapsa, se extingue dentro de mí. Tampoco ahora me ofrece su rostro, pues se funden ambos en un beso largo y profundo. La cara del amante sí me alcanza; y aunque por un instante lo creo posible, no soy yo. Recuerdo haber besado así. Hace mucho tiempo…
El vehículo despierta y me arroja de nuevo a mi vida. Sé que lo que acaba de morir una vez más en mi interior sí tiene nombre: es la alegría de vivir. Pero al menos esta vez la soledad no será la única compañera que regrese a casa junto a mí; pues unas ondas suaves, sutilísimas, recorren ya mis sienes y revelan la belleza, la zozobra de sentirse vivo.

Texto: David Sánchez-Valverde Montero (davidsanchezvalverdemontero.blogspot.com)
Argumento y fotografía: Iñaki Mendivi Armendáriz.

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