domingo, 24 de noviembre de 2019

Rugido (Tan solo es una moto)




Rugido (Tan solo es una moto)

Líneas suaves, seducción pura,
curvas de radiante metal,
flecha de polvo y arena…
¡desátame furioso animal!
Guíame más allá del norte,
vibra sedienta entre mis piernas,
superemos los mil trópicos,
que nos salgamos del mundo
y arda el tiempo bajo tus ruedas.

¡Vamos, vamos!;
amo tu formidable alarido,
tu carenado de estrellas,
llévame, sí, contigo,
febril yegua desbocada,
insaciable, voraz estela.

Tú y yo un solo rugido.
Detrás, el fuego.
Delante, la tormenta.



David Sánchez-Valverde Montero
Imagen: Iñaki Mendivi Armendáriz



jueves, 21 de noviembre de 2019

Cosas sueltas



Cosas sueltas

Un viejete que supongo casi octogenario, en la penumbra de una pequeña bajera, se afana en su diario trabajo. Siempre deja la puerta entreabierta, así que cuando uno pasa por delante se le adivina unos instantes enfrascado en sus quehaceres. No sé, siempre dudo entre una lástima dulce o una vaga admiración. Aparenta no necesitar nada más. Una felicidad rudimentaria, simple, básica: trajina, golpea, pinta, desenrosca, aprieta, hurga entre las tripas de objetos, bucea por la chatarra, cosas sueltas, partes que algún día fueron. Recupera, recicla, resucita artilugios, materiales diversos, incatalogables, desperdigados por el caos reinante, sucio y oscuro del local.

Hoy me he detenido un poco más al pasar frente al umbral. Mi mirada ha parado en sus manos: atesoran mil saberes, gestos sabios, naturales, que parecen pura inercia. A su alrededor, un mundo que se desvanece. De oficios perdidos, ciencias que no interesan ya a casi nadie, intuiciones ganadas a fuerza de tiempo y tropiezos con la materia. Quizás huya del hastío, de la tristeza, del peso de las horas que tendría que pasar consigo y con su mujer en un monótono hogar. Tal vez huya de sí mismo, de la aparente futilidad de la vida, de esos familiares que ya le resultan extraños, de su soledad, del recuerdo de los amigos muertos. O es posible que no, tal vez no le preocupe nada de esto. Quizás no espere nada.

Más tarde, a última hora del día, lo he visto pasar en su herrumbrosa bicicleta, un gastadísimo vehículo que inconcebiblemente se mantiene en pie, chirría sin piedad y pide a gritos que lo dejen dormitar. Me saludó como siempre, sonrió con los ojos, y siguió su camino.



David Sánchez-Valverde Montero
Imagen: Iñaki Mendivi Armendáriz

lunes, 18 de noviembre de 2019

Desaliento



Desaliento

Más allá,
solo un suspiro más allá
de la desesperación y el hastío,
del absurdo y el desaliento absolutos,
existe un espacio vacío,
una dimensión de la existencia,
una reencontrada morada
donde el cuerpo no pesa,
flota inane sin rumbo,
y la mente se observa a sí misma.


Un lugar,
para sencillamente, ser.


David Sánchez-Valverde Montero (Extraído de "Mi primavera contra el mundo")
Imagen: Iñaki Mendivi Armendáriz

martes, 12 de noviembre de 2019

Pliegues



Pliegues

Volvimos a encontrarnos en una boda imprevista, de una pareja ya crepuscular de la que nadie esperaba que se casasen, y mucho menos unas nupcias tan excesivas. La descubrí desde el principio, entre otros invitados, a la entrada de la iglesia poco antes de que llegaran los novios. Supuse que no me había visto; y yo por mi parte me hice el distraído, pues quería prolongar el momento, aquel reencuentro tantas veces soñado, tantas veces recorrido en soledad por todos los tonos de la nostalgia.

El tiempo no había hecho estragos en ella, más bien parecía haber pasado de puntillas por su piel. Entonces, los novios se apearon de un Rolls-Royce reluciente, hecho de obsidiana pulida, y que no hizo sino acentuar mi melancolía. Un leve alboroto, un agitarse alegre de gentes y cuerpos alrededor me arrancó el ensimismamiento, justo cuando mis ojos ascendían por los pliegues de su vestido ingrávido, a través del capricho del vaivén de un destino que acercaba nuestros pasos en esa tarde de verano.

En aquel momento nuestras miradas se tocaron. La comitiva de los prometidos, familiares y demás convidados fue entrando al templo, y ambos nos quedamos quietos, mudos, intentando sonreír sin saber bien qué hacer con ese instante. Pensé que se mostraría resentida, tal vez distante, con justicia por las dos veces que yo había arruinado nuestro amor. Pero no fue así; se acercó cálida, lentamente, espléndida en el atardecer de nuestras vidas.

¡Hola! Exclamó, dándome dos besos inaprensibles.

¿Cómo estás? Dije con una sonrisa triste.

Bien… ¿y tú? ¿Qué has hecho todo este tiempo?

Pasaron unos segundos espesos y dulces. Caramelo líquido entre nuestros cuerpos, todos los despertares junto a su respiración tibia y dormida, su mano entrelazada con la mía, los malos recuerdos sepultados bajo la alegría indómita del amor. Algo en mi interior se abrió paso hasta mis labios, y creo que no fui yo, tal vez este corazón vencido:

He intentado pensar la manera, hallar alguna forma, ya sabes… Todos estos años he tratado de soñar una vida, un mundo, en el que al fin no te pierda.    


David Sánchez-Valverde Montero
Imagen: Iñaki Mendivi Armendáriz

lunes, 4 de noviembre de 2019

Prodigio



Prodigio

La luz se divierte.
Se abraza, se funde,
desdobla los colores,
vertiginosa pulsación.

Ya en los primeros albores
trazando las rutas del cosmos,
dibujando nebulosas,
seduciendo a la materia
con sus besos de color.
¡Tú, fulguración poderosa!
que te curvas con cada ola
y matizas los azules,
los del cielo, los del mar,
y hasta el verde de unos ojos,
que son como selva esmeralda,
pura magia vegetal.
También pintas los desiertos,
los mil tonos en las dunas;
y cuando de jugar te fatigas,
duermes en los abismos
o asciendes hecha montaña
y en la nieve te reflejas.

Luego en la noche de la ciudad
espejas la piel de la luna
y en la calles oscuras
se abren tus dedos de neón.
Prendes estelas en la vida
y nos abrazas sin más razón
que ofrecerte tú, ser por ser,
fluir así sin desvelo;
que hasta el agua de un charco
pueda en tu prodigio afirmarse,
ser a la vez luz,
     y ser cielo.



David Sánchez-Valverde Montero.
Fotografía: Iñaki Mendivi Armendáriz




Entradas