Volvimos
a encontrarnos en una boda imprevista, de una pareja ya crepuscular de la que
nadie esperaba que se casasen, y mucho menos unas nupcias tan excesivas. La
descubrí desde el principio, entre otros invitados, a la entrada de la iglesia
poco antes de que llegaran los novios. Supuse que no me había visto; y yo por
mi parte me hice el distraído, pues quería prolongar el momento, aquel
reencuentro tantas veces soñado, tantas veces recorrido en soledad por todos
los tonos de la nostalgia.
El tiempo no había hecho
estragos en ella, más bien parecía haber pasado de puntillas por su piel.
Entonces, los novios se apearon de un Rolls-Royce reluciente, hecho de
obsidiana pulida, y que no hizo sino acentuar mi melancolía. Un leve alboroto,
un agitarse alegre de gentes y cuerpos alrededor me arrancó el ensimismamiento,
justo cuando mis ojos ascendían por los pliegues de su vestido ingrávido, a
través del capricho del vaivén de un destino que acercaba nuestros pasos en esa
tarde de verano.
En aquel momento nuestras
miradas se tocaron. La comitiva de los prometidos, familiares y demás
convidados fue entrando al templo, y ambos nos quedamos quietos, mudos,
intentando sonreír sin saber bien qué hacer con ese instante. Pensé que se
mostraría resentida, tal vez distante, con justicia por las dos veces que yo
había arruinado nuestro amor. Pero no fue así; se acercó cálida, lentamente,
espléndida en el atardecer de nuestras vidas.
¡Hola! Exclamó, dándome
dos besos inaprensibles.
¿Cómo estás? Dije con una
sonrisa triste.
Bien… ¿y tú? ¿Qué has
hecho todo este tiempo?
Pasaron unos segundos
espesos y dulces: caramelo líquido entre nuestros cuerpos, todos los
despertares junto a su respiración tibia y dormida, su mano entrelazada con la
mía, los malos recuerdos sepultados bajo la alegría indómita del amor. Algo en
mi interior se abrió paso hasta mis labios, y creo que no fui yo, tal vez este
corazón vencido:
He intentado pensar la
manera, hallar alguna forma, ya sabes… Todos estos años he tratado de soñar una
vida, un mundo, en el que al fin no te pierda.
David Sánchez-Valverde Montero
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