martes, 12 de noviembre de 2019

Pliegues



Pliegues

Volvimos a encontrarnos en una boda imprevista, de una pareja ya crepuscular de la que nadie esperaba que se casasen, y mucho menos unas nupcias tan excesivas. La descubrí desde el principio, entre otros invitados, a la entrada de la iglesia poco antes de que llegaran los novios. Supuse que no me había visto; y yo por mi parte me hice el distraído, pues quería prolongar el momento, aquel reencuentro tantas veces soñado, tantas veces recorrido en soledad por todos los tonos de la nostalgia.

El tiempo no había hecho estragos en ella, más bien parecía haber pasado de puntillas por su piel. Entonces, los novios se apearon de un Rolls-Royce reluciente, hecho de obsidiana pulida, y que no hizo sino acentuar mi melancolía. Un leve alboroto, un agitarse alegre de gentes y cuerpos alrededor me arrancó el ensimismamiento, justo cuando mis ojos ascendían por los pliegues de su vestido ingrávido, a través del capricho del vaivén de un destino que acercaba nuestros pasos en esa tarde de verano.

En aquel momento nuestras miradas se tocaron. La comitiva de los prometidos, familiares y demás convidados fue entrando al templo, y ambos nos quedamos quietos, mudos, intentando sonreír sin saber bien qué hacer con ese instante. Pensé que se mostraría resentida, tal vez distante, con justicia por las dos veces que yo había arruinado nuestro amor. Pero no fue así; se acercó cálida, lentamente, espléndida en el atardecer de nuestras vidas.

¡Hola! Exclamó, dándome dos besos inaprensibles.

¿Cómo estás? Dije con una sonrisa triste.

Bien… ¿y tú? ¿Qué has hecho todo este tiempo?

Pasaron unos segundos espesos y dulces. Caramelo líquido entre nuestros cuerpos, todos los despertares junto a su respiración tibia y dormida, su mano entrelazada con la mía, los malos recuerdos sepultados bajo la alegría indómita del amor. Algo en mi interior se abrió paso hasta mis labios, y creo que no fui yo, tal vez este corazón vencido:

He intentado pensar la manera, hallar alguna forma, ya sabes… Todos estos años he tratado de soñar una vida, un mundo, en el que al fin no te pierda.    


David Sánchez-Valverde Montero
Imagen: Iñaki Mendivi Armendáriz

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