jueves, 21 de noviembre de 2019

Cosas sueltas



Cosas sueltas

Un viejete que supongo casi octogenario, en la penumbra de una pequeña bajera, se afana en su diario trabajo. Siempre deja la puerta entreabierta, así que cuando uno pasa por delante se le adivina unos instantes enfrascado en sus quehaceres. No sé, siempre dudo entre una lástima dulce o una vaga admiración. Aparenta no necesitar nada más. Una felicidad rudimentaria, simple, básica: trajina, golpea, pinta, desenrosca, aprieta, hurga entre las tripas de objetos, bucea por la chatarra, cosas sueltas, partes que algún día fueron. Recupera, recicla, resucita artilugios, materiales diversos, incatalogables, desperdigados por el caos reinante, sucio y oscuro del local.

Hoy me he detenido un poco más al pasar frente al umbral. Mi mirada ha parado en sus manos: atesoran mil saberes, gestos sabios, naturales, que parecen pura inercia. A su alrededor, un mundo que se desvanece. De oficios perdidos, ciencias que no interesan ya a casi nadie, intuiciones ganadas a fuerza de tiempo y tropiezos con la materia. Quizás huya del hastío, de la tristeza, del peso de las horas que tendría que pasar consigo y con su mujer en un monótono hogar. Tal vez huya de sí mismo, de la aparente futilidad de la vida, de esos familiares que ya le resultan extraños, de su soledad, del recuerdo de los amigos muertos. O es posible que no, tal vez no le preocupe nada de esto. Quizás no espere nada.

Más tarde, a última hora del día, lo he visto pasar en su herrumbrosa bicicleta, un gastadísimo vehículo que inconcebiblemente se mantiene en pie, chirría sin piedad y pide a gritos que lo dejen dormitar. Me saludó como siempre, sonrió con los ojos, y siguió su camino.



David Sánchez-Valverde Montero
Imagen: Iñaki Mendivi Armendáriz

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