Otra luz
Hace
ya tiempo una idea se posó en mi mente distraída: reflexioné acerca de las
religiones, la fe, las creencias, la mística, las sabidurías. Caí entonces en
la cuenta de que pocos “profesionales” de la fe me habían iluminado con los
ojos a lo largo de mi vida. Escasos sacerdotes o monjas miraban y se movían por
el mundo como yo habría esperado. Es decir, estar en contacto (o creer estarlo)
con los bálsamos de las verdades reveladas, debería provocar una sonrisa casi
perenne o al menos una expresión de gozosa serenidad. Por el contrario, en la
mayoría de ellos y ellas (con gloriosas excepciones) hallamos el rictus del
desencanto, del deseo reprimido, el resentimiento que golpea tras las sombras
de la culpa. Yo no sé casi nada; y honestamente digo que cada vez sé menos,
pero puedo decir que los contados sabios que he conocido (cristianos algunos de
ellos) sostienen otra luz, calman con su sola presencia, y uno los abrazaría
sin apenas conocerlos.
Y es que… cómo puede
explicarse que alguien esté convencido, crea, intuya, o siquiera sospeche la
ilusión del tiempo, los fulgores de lo eterno, las mieles de ser sabio en esta
vida, el néctar que espera tras el umbral de la otra; o de las otras, otras
vidas, tal vez comenzar de nuevo, siendo distinto, otra cosa, o regresar al
océano primigenio, ser de nuevo cuna de estrellas, bajo el amparo de un dios o
divinos quizá nosotros… Todo esto y más
de lo que aquí afirmo y no sonreír con más frecuencia, ser claridad para otros,
enseñar a vivir, ser flujo cristalino, permanente presencia, ser amor, sentir
la humana duda también pero a pesar de ello y por ello seguir reflejando lo
mejor de uno mismo.
David Sánchez-Valverde Montero
Fotografía: Iñaki Mendivi Armendáriz
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