Un mundo
Hace pocos años descubrí algo más allá de mi mirada habitual.
Caminaba por la parte antigua de la ciudad, entretenido en quehaceres urgentes,
cuando de repente, mis ojos abandonaron el suelo que pisaba y las miradas furtivas
a los transeúntes. Primero mis pasos frenaron un poco, y finalmente me detuve:
la luz del sol entregaba los colores de las fachadas en esa vieja calle.
Algunas, rejuvenecidas bajo reformas recientes disimulaban en algo su verdadera
edad; en otras paredes, el tiempo se mostraba desnudo, insolente sobre el
cansancio de la materia.
Había transitado calles como esa en incontables ocasiones,
pero la mayor de las veces en la oscuridad: en la noche de los días o bajo
sombríos pensamientos. Lo había hecho siempre mirando hacia abajo, adelante o a
los lados; buscando miradas, seducido en los cuerpos, ebrio y desorientado,
ahogado en largas carcajadas. Calles de bares abiertos y portales cerrados,
paisajes de luz esquiva y rostros sudados, felicidad en porciones de humo y
alcohol, pactos de sangre sellados sobre cualquier barra, posos de orín en la
memoria.
Y ese día… flanqueando la calle, dos altas paredes
estrechaban un retal de cielo: nombres de negocios muertos, de oficios
antiguos, umbrales de piedra tallada custodiaban templos y palacios, escudos
heráldicos testigos de casi todo, faroles dormidos, balcones enrejados de óxido
o guarnecidos en madera labrada, flores en macetas, ventanales destartalados
que ocultaban vidas o nidos vacíos, canalones rotos como arterias cansadas, un
mar embravecido y caótico de tejados más arriba.
Sí, ya no soy joven. Pero me resulta maravilloso y revelador
que con un solo movimiento, con un suave cambio en el ángulo de la mirada,
surja un mundo.
David Sánchez-Valverde Montero
Fotografía: Iñaki Mendivi Armendáriz
No hay comentarios:
Publicar un comentario