Hacer de Dios (Metafísica en torno a una planta de
tomate)
Ahí estaba yo, entre varias tomateras greñudas y
desaliñadas. Las ramas de algunas se estiraban hacia los lados, otras pendían a
punto de tocar el suelo, las había que desafiaban abiertamente la vara que a
modo de tutor procuraba no se torciesen demasiado. Las hojas resultaban ásperas
al tacto, pero por el contrario, cuando enredabas un poco entre la planta, te
envolvía un aroma cítrico delicioso.
Pues eso, que con una navaja que hacía las veces de
tijera de podar, no adivinaba yo por dónde cortar, cómo aligerar a la planta,
de qué manera favorecer su despliegue. Apareció entonces aquel hombre por la
puerta del invernadero: un hortelano de veras, raíces de tierra, pasos sabios
cruzando los bancales, movimientos exactos, casi espontáneos, trazas de verde y
tierra entre los dedos, en los callos y bajo las uñas. Me sonrió ampliamente
como siempre, pues entendía con solo mirar. Tienes que hacer un poco de Dios,
me dijo. Ya sabes, dejar ser aquí, cortar allá, guiar un poco a la planta,
enderezarla si parece que se desvía demasiado… Tranquilo; lo harás bien.
“Hacer un poco de Dios”... Pensé en mis hijos. Así que esto
es lo que hacíamos… dejar ser, cortar, guiar, enderezar. Hacer posible que todo
eso que ya duerme en la semilla, abra las alas de una flor.
Algún día.
David Sánchez-Valverde
Montero
Imagen cortesía de Iñaki
Mendivi Armendáriz
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