lunes, 17 de febrero de 2020

Inframundo



Dioses, héroes y ambrosía

VI. Inframundo (Redención eterna)

            Estuve allí. Lo vi. Mas no era mi momento y el perro Cerbero me dejó salir. Sus tres tremebundas cabezas olisquearon mis pasos precipitados que corrían en pos de la luz del sol.

            En el Reino de los muertos, el Hades, reina el dios del mismo nombre. En sus entrañas, los primeros pasos del alma cruzan el prado de los asfódelos, la flor de los muertos; luego se penetra el Érebo, el infierno así llamado, región surcada por ríos del mundo subterráneo: nombres como Aqueronte, Leteo, Estigia… acuden a mi memoria. Muy por debajo del infierno, cuentan que a tanta distancia como el cielo de la Tierra, el Tártaro, donde moran encarcelados los Titanes.

            En aquel Reino pude llegar a comprender el peso de algunas comunes expresiones: asistí así a los “suplicios de Tántalo”, aquel indigno rey cuya insolencia hacia los olímpicos no conoció límite. Ahora se halla hundido hasta la barbilla en un lago. Sobre su cabeza penden las viandas más sublimes, que al punto se apartan cuando su hambre pugna por alcanzarlas. Tampoco la sed puede apagar, pues cuando intenta beber, el agua lo rehúye y se aleja de su boca. Y para rematar, cuelga sobre su cabeza una colosal roca; amenaza perpetua y angustiosa.  

            Con profunda lástima caminé frente a Ixíon, soberano de los lapitas, que amarrado a una rueda gira con ella por la eternidad. Persiguió por amor a la diosa Hera, y tal vez su corazón siga enamorado, pero sus ojos se hunden ahora en un vórtice de desesperación.

            Antes de que me permitiesen ir, aún pude ser testigo del “trabajo de Sísifo”, esa expresión que usamos para referirnos a un esfuerzo inútil. ¡Ah, Sísifo!, desdichado rey de Corinto; por tu engaño a los dioses y a la muerte, empujas pendiente arriba una piedra enorme, que al alcanzar la cima está destinada a rodar cuesta abajo obligándote a empezar de nuevo. Me miras de soslayo, pero yo nada puedo hacer para librarte de tu vano trabajo.

            En fin, otros tormentos para otros tantos sé que la sutil y maligna imaginación de los dioses ha urdido, pero no pude en mi periplo ver más de lo que cuento. Ya veo de nuevo el cielo azul. Queden allí abajo los castigos, la culpa, purgas y lamentos.

David Sánchez-Valverde Montero
Imagen: Iñaki Mendivi Armendáriz


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