jueves, 18 de marzo de 2021

No era esto



 No era esto


“Vidas agazapadas a salvo, casi detenidas, la respiración de los cuerpos y poco más”.

C. Bukowski (Poema a salvo)

 

¡Cuánto tiempo, Mónica! Javier, dame un beso anda, dijo la mujer tras encontrarlos con la mirada en el fondo del bar y acercarse hasta su mesa.

 Susana…, dijo Javier sonriendo ampliamente después de darle un beso en la mejilla.

 ¿Qué tal guapísima?, preguntó Mónica abrazándola.

 Encantada de veros después de tanto tiempo tan liados. Este es Álex, ¿os conocíais no?

 Nos hemos visto varias veces, cuando nos hemos encontrado con vosotros paseando con los críos… ya sabes, aclaró Javier. Álex sonrió con cortesía.

 ¿Tenéis mucho rato?, preguntó Susana a la vez que se sentaban.

 Un par de horas, más o menos, contestó Mónica. Los hemos dejado con los abuelos. Les darán de merendar y luego pasaremos a recogerlos.

 ¿Cuántos años tienen ya?, inquirió Susana. Era una mujer bonita, tal vez demasiado delgada. Colocó el móvil sobre la mesa y lo miró fugazmente.

 Ya lo sabes… ¿no te acuerdas?, si tienen la misma edad que los vuestros…, dijo Javier riendo un poco.

 Ja, ja, ¡es verdad!, ¡qué tonta! Cuatro años el mayor y uno la pequeña ¿no?

 Eso es, confirmó Javier. ¿Y los vuestros?, ¿qué tal?

 Susana se echó su media melena rubia hacia atrás. Javier miró unos segundos hacia el hombro que había quedado descubierto. ¡Muy bien!, siguió ella. El pequeño está a punto de cumplir el año. La mayor…, lo último es que parece tener altas capacidades. ¡Ya ves!, una hija mía y de este. Señaló a Álex sin levantar apenas la mano.

 Este se movió un poco en su asiento; miraba hacia el suelo. Tenía unos hombros anchos que sobresalían a ambos lados del respaldo de la silla, y la línea del pelo, moreno, muy corto y sin apenas canas, estrechaba quizás demasiado su frente. Levantó entonces sus ojos negros: Lo están estudiando. Podría ser otra cosa, dijo. Y volvió a mirar hacia abajo.

 Susana sonrió nerviosamente: Bueno, ¿y qué tal han caído los cuarenta años? Quién nos ha visto ¿eh?, casados y padres de familia. Somos personas de provecho, ja, ja.

De provecho…, susurró su marido sin mover los ojos.

 Nosotros estamos un poco cansados. Estos años han sido duros, dijo Javier, tensando y relajando distraídamente unos antebrazos delgados y fibrosos, que acompañaban a un cuerpo atlético y probablemente muy acostumbrado al deporte intenso. Trabajamos los dos, ya sabes. Corres para todo pero no llegas. A veces se hace un poco difícil. Pero verlos crecer…, a mí me compensa todo. Además, no sería lo que soy si no hubiera sido padre. Soy mejor persona, eso seguro, sé cosas de mí que antes no sabía…

 ¿Y te gustan?, interrumpió Álex.

 ¿Lo qué?, preguntó Javier con un gesto de molestia.

 Esas cosas que antes no sabías de ti… Álex le miraba serio.

 Pienso como tú, Javier, siguió alegre Susana guardando el móvil en el bolso. Pero también estoy contenta. Estoy encantada. Además, ahora tenemos recursos de apoyo: revistas, libros, blogs, chats… y nuevos profesionales muy bien formados a los que puedes recurrir con dudas y problemas.

 Javier y ella se sostuvieron la mirada unos segundos mientras sus sonrisas menguaban. El sol de la tarde había comenzado su declive y el bar albergaba ya muchas zonas sombrías. Todavía un último haz de luz crepuscular daba de lleno en la espalda de Javier y hacía casi translúcidos sus escasos cabellos. Mónica carraspeó levemente. Llevaba el pelo corto pero guiaba cada poco tiempo el cabello por detrás de las orejas, atusándoselo con los dedos índice y corazón: La verdad es que yo me siento muy cansada. Muy cansada. A menudo el tedio me resulta insoportable, es una especie de cansancio extremo, un desaliento difícil de localizar, dijo en voz baja. Álex pareció sonreír veladamente, levantó la cabeza y la miró.

 Sí, explicó Javier. Para ella es más duro. Yo trabajo más horas y Mónica está sola con los dos los peores ratos. Ya sabéis, al punto de la mañana, a última hora con los baños y cenas…, probablemente, si tuviera más tiempo para ella…, pero todo llegará ¿verdad? Le pasó a su mujer la mano por encima de los hombros y meneó su cuerpo suavemente. Ella se dejó hacer sonriendo apenas.

 Claro, afirmó Susana. Tener algo de tiempo es primordial. Yo consigo a duras penas sacar algunos ratos para ir al gimnasio. Si no, me volvería loca.

 Álex estaba de nuevo en algún lugar entre sus manos y el suelo. El local se hallaba ya casi por entero en penumbra. Se oía el tintineo ocasional del contacto de vasos o botellas entre sí tras la barra, el quejido de la puerta del bar cuando alguien entraba o salía, rumor de conversaciones entre los escasos clientes, y una música de fondo casi inaudible.

 Bueno, ¿y cuándo nos juntamos para pasar un par de días juntos? ¿Playa o montaña?, preguntó Javier tras unos segundos de silencio entre ellos.

 Sí, secundó Susana aplaudiendo sin hacer ruido. Lo pasaríamos muy bien. Además, los críos hace tiempo que no se ven. Álex la miró brevemente de soslayo.

Algo más de tiempo para una lo haría menos duro, es verdad, dijo Mónica de improviso con la vista clavada en la mesa. Pero no es suficiente, al menos no para mí. Sé que soy afortunada; no me sucede nada realmente grave. No sé, nunca pensé, no sabía, no era esto lo que yo… En ese instante miró a Javier con los ojos húmedos: ¿Dónde quedo yo?, ¿qué hay de mí?, ¿qué queda de nosotros dos? Suspiró brevemente. Perdonad, voy a salir cinco minutos.

 Álex se incorporó detrás de Mónica: Yo también necesito que me dé el aire. Este sitio es horroroso.

 Susana y Javier los siguieron con la mirada. Se encendieron las luces en el interior del local: una luz amarilla, quizás excesivamente cálida. No dijeron nada más, apenas se miraron con una media sonrisa, y a los pocos segundos se levantaron y salieron.

 Fuera, ya había anochecido.


Cuento incluido en el libro de relatos "Casi extintos. Casi eternos".


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